Después de casi un mes de
paro, retomamos las clases y con ello la última etapa de drama. Ésta vez el
último grupo del curso debía escoger una foto de la persona que más quería en
la vida, llevándola impresa y digital para que el resto la viéramos proyectada
en la clase.
El ambiente era un poco
distinto a las actividades anteriores, ya que ciertamente hubo un tiempo de
descanso de las emociones. Sin embargo, de poco se fue armando una situación de
silencio y respeto, en la cual todos queríamos saber qué foto habían traído y
por qué. Cuando comenzó la actividad, el
profe bajó las cortinas y cerró la
puerta para mantener la confidencialidad de las palabras que cada uno iba a
decir.
Empezaron los relatos y
algunos hablaban de sus hermanos mayores o menores, describiendo cada historia
con emoción y demostrando todo lo que los querían, aunque no siempre se lo
decían. Otros trajeron fotos de sus abuelos simbolizando algo así como un “súper
héroe” en ellos. También estaban los papás y mamás, con distintas explicaciones
de por qué eran ellos los que estaban proyectados en ese momento. Yo estoy
segura que sí la mayoría de aquellos personajes se hubieran enterado que sus
hijos, hermanos o nietos llevaron una foto de ellos a la clase y más encima
hablaron desde el corazón sobre la relación que tenían con ellos, aunque fueran
unas más cercanas que otras, habrían quedado totalmente orgullos y enormemente
feliz, tan feliz, que más de alguno liberaría un par de lágrimas gracias a ello.
Yo como Catalina, creo que
esta experiencia fue única, ya que, fuimos capaces de conocer un poco más a las
personas con las que convivimos a diario y serán nuestros compañeros por estos
cinco años siguientes (ojalá sean 5 y nada más jajaaja), pero este conocer no
es únicamente el saber de ellos, si no que conocimos historias importantes y
propias de aquellos, que no hubiéramos podido conocer en una simple
conversación de pasillo, en un recreo o en el almuerzo.
Por otro lado, este tipo de
actividades nos sirven para practicar la empatía, el escuchar a los demás y
aprender a entender la situación del otro, sin intentar ponerse en el lugar
exacto de los demás. Esta es una tarea que nosotros cuando seamos terapeutas
ocupacionales, vamos a poner en práctica a diario y nos va a hacer de gran
utilidad cuando cada usuario nos cuente su historia de vida.
Y así es como se terminan
las clases de drama y con ellos los sentimientos a flor de piel, las cosquillas en el estómago
y el oxígeno acumulado en el pecho que no queremos soltar para no derramar
aquella ínfima pero precoz lágrima que quiere huir de nuestros ojos, ya que
sabemos que al soltar una, sólo una, es posible que el río caiga. Y por
supuesto no queremos eso, ¿cómo vamos a llorar frente a ellos? No sé por qué hay
personas que tienen tanto miedo a llorar.
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