sábado, 20 de julio de 2013

Yo te quiero, ¿lo sabes?

Después de casi un mes de paro, retomamos las clases y con ello la última etapa de drama. Ésta vez el último grupo del curso debía escoger una foto de la persona que más quería en la vida, llevándola impresa y digital para que el resto la viéramos proyectada en la clase.

El ambiente era un poco distinto a las actividades anteriores, ya que ciertamente hubo un tiempo de descanso de las emociones. Sin embargo, de poco se fue armando una situación de silencio y respeto, en la cual todos queríamos saber qué foto habían traído y por qué. Cuando comenzó la actividad, el profe bajó las cortinas y cerró la puerta para mantener la confidencialidad de las palabras que cada uno iba a decir.   
Empezaron los relatos y algunos hablaban de sus hermanos mayores o menores, describiendo cada historia con emoción y demostrando todo lo que los querían, aunque no siempre se lo decían. Otros trajeron fotos de sus abuelos simbolizando algo así como un “súper héroe” en ellos. También estaban los papás y mamás, con distintas explicaciones de por qué eran ellos los que estaban proyectados en ese momento. Yo estoy segura que sí la mayoría de aquellos personajes se hubieran enterado que sus hijos, hermanos o nietos llevaron una foto de ellos a la clase y más encima hablaron desde el corazón sobre la relación que tenían con ellos, aunque fueran unas más cercanas que otras, habrían quedado totalmente orgullos y enormemente feliz, tan feliz, que más de alguno liberaría un par de lágrimas gracias a ello. 
Yo como Catalina, creo que esta experiencia fue única, ya que, fuimos capaces de conocer un poco más a las personas con las que convivimos a diario y serán nuestros compañeros por estos cinco años siguientes (ojalá sean 5 y nada más jajaaja), pero este conocer no es únicamente el saber de ellos, si no que conocimos historias importantes y propias de aquellos, que no hubiéramos podido conocer en una simple conversación de pasillo, en un recreo o en el almuerzo.
Por otro lado, este tipo de actividades nos sirven para practicar la empatía, el escuchar a los demás y aprender a entender la situación del otro, sin intentar ponerse en el lugar exacto de los demás. Esta es una tarea que nosotros cuando seamos terapeutas ocupacionales, vamos a poner en práctica a diario y nos va a hacer de gran utilidad cuando cada usuario nos cuente su historia de vida.
Y así es como se terminan las clases de drama y con ellos los sentimientos  a flor de piel, las cosquillas en el estómago y el oxígeno acumulado en el pecho que no queremos soltar para no derramar aquella ínfima pero precoz lágrima que quiere huir de nuestros ojos, ya que sabemos que al soltar una, sólo una, es posible que el río caiga. Y por supuesto no queremos eso, ¿cómo vamos a llorar frente a ellos? No sé por qué hay personas que tienen tanto miedo a llorar.

  

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